Odio la pornografía, y a mí mismo cuando o me caigo por la tentación o siquiera la dejo en “mi espacio” (mis colegas tocan groserías con frecuencia) para preservar una paz falsa. E imagino que tal desprecio —pese a que entiendo su “encanto”— debe a la relación paradójica engendrada por la natura humana.
Cada forma de amor, sin excepción, es al final un reflejo del amor de Dios para Sí mismo. La corrupción de lo mejor es lo peor, y la pornografía nos presenta una corrupción del amor conyugal, a menudo visto como la mayor expresión del amor entre los humanos.
Siendo una corrupción, aún vemos —como en un espejo sucio— el original, y por eso nos trae más que el placer bruto. ¡Hasta intentamos justificarla como “arte” o “hermosa”! Pero porque es una corrupción del mejor, es la peor cosa, y por esa razón la más fea.
¿Tú qué opinas?