No hay que temer al diablo; no puede hacernos nada siempre que seamos los dueños de nuestra propia alma. Hasta lo sabe él. De aquí que las Escrituras nos aconsejen que resistamos al diablo, y huirá de nosotros. Temamos, por ende, a nosotros mismos; la condena final del alma yace en nuestras manos, y su salvación en las de Dios.
¿Tú qué opinas?