Algunos de los archivos que conservó mi tatarabuelo son bastante picantes, la verdad. Ni a él le gustaron, según las notas que dejó, pero dijo que eran necesarios para entender su época. Seguro que por ello Mariana accedió a ver algunos con nosotros un día.
Mi depa estaba en renovaciones, así que los miramos en el de mi antiguo amigo Desmond, con unos de sus compañeros. Empezamos con Las Mil Vidas de Rita Stewart, y Leonardo comentó de voz en cuello: “Miren, ¡es Tammy Selwein!” La cirugía plástica de aquellos años no lograba mucho. Pechos exagerados y poco naturales, una mandíbula menos que grácil, una musculatura como de un hombre hecho y derecho, todo muy visible en la pantalla. E, ingenua que era, Mariana expresó su sorpresa.
—Pero… es un macho…
—¡Intolerante! ¡Intolerante!
—¡Thierra la boca, hipócrita! Que ni sabes mi punto de vista.
Desmond los dejó reñir, pero los detuve antes que Leonardo pudiera decir más. “Si callas un poco —le hablé severamente—, y la permites explicarse, te dejaré tener la última palabra en esto. ¿Vale?”
—Pue’, ‘stá bien. Que diga.
Entonces, miré a Mariana. “Anda, díselo”.
—Bueno, para empethar, la disforia de género existe. Segundo, es seria. Terthero, el dethirle a alguien que la sufre que sus sentimientos sobre quién es son correctos no le mejorarán las cosas. Afrontémoslo: tu espethie es tan vieja como saber a estas alturas a solas que no se puede mejorar las cosas así. Incluso el Partido tuvo que reconother que dos más dos son cuatro.
Todo el rato, me vi obligado a darle a Leonardo miradas irritadas y dar otras señas para que mantuviera silencio. Se sintió tomar una media hora, o más.
—Muy bien, Mariana. ¿Eso es todo? —Cuando asintió con la cabeza, giré para señalar a Leonardo—. Te toca, Lenny.
—Oh, sí, sí. Pue, lo que me preguntas no ‘tá ‘por afuera’, porque el cuerpo no es nada preciso. ‘Stá en su mente porque le haces un cuerpo por él, y le dices que es el único que él puede tomar. Es tu interpretación privada, quizá no la suya. De modo que, debes dejarle hacer qué le plazca; lo que se sienta es la verdad de quién es.
Ese tipo nuevo, Énrat, mostró interés en ese intercambio. O, así pensé. De modo que le pedí su opinión por igual.
—¿Por qué me preguntáis a mí? Creem que la respuesta del Sr. Aldeño es bastante cerca a la mía.
—’Bastante cerca’ y ‘la misma’ no son iguales. Y con todo ese interés que mostraste, creo que te gustaría decir algo distinto. ¿Por fa?
—¡Uf! ¡Está bien! Es real, y la mente tiene todo derecho a asignarle cualquier sentido a su cuerpo que quiera. Si no, el cuerpo queda sin significado. ¿Cómo podría tenerlo? Sería un bulto de materia tonta sin la mente, y nada más. Sed libre, haced de la materia lo que queráis. ¿Ahora estáis feliz?
—Cuando dices que el cuerpo no tiene sentido sin la mente, ¿querrás decir que los caprichos del alma son todo su sentido, o que …?
—¡No más preguntas!
¿Tú qué opinas?