La escena del piano

Había dado su mano a tantos otros para servirles de guía. Él fue el único a quien le dio su mano para que la guiara. Pero ya llevaba un mes muerta…

Escuchaba por la pared del depa, ¿qué tipo de amigo fui?  Mikhail tocaba el piano, igual como ella le enseñó y decía sus líneas, incapaz de obligarse a cantarlas. “Entendí” un poco solo porque reconocí la obra original, pero la adaptación de ella a su propio idioma sonó apropiada para el tono feliz.

—Charlar.
[—Cantar.]
—¿Quizá…?
[—¿Bailar?]

Jamás sonó mejor que cuando ella cantaba a su lado, a pesar de su voz áspera de ella. Tal vez nunca sonó bien hasta que vino. El silencio que llenaría con su parte era tan pesado como las palabras sombrías. Por fin, tuve suficiente de su autotortura.

La música se puso más fuerte, como mandó la partitura, pero sus dedos tropezaron sobre las teclas. Puede que se atragantara en las palabras aquí, ya no las oía. Pero apenas alcancé su puerta, reconocí la línea que debía decir:

El latir de mi corazón/
Te ruega que te quedes.

Al tocar su puerta, la tapa del piano se cerró con demasiado ruido. Sus pasos eran más pesados estos días. La puerta entrecerró, haciendo lo poco que vi de su rostro aún más inquietante.

—Debo de… tocar muy fuerte —se disculpó.

—No, yo debo disculparme —contesté—. Debería estar ayudándote, pero no lo hago. —Quedándome sin idea de cómo curar su dolor me dejó sintiendo todavía más culpable—. ¿Por qué tocas esa, de todas formas? ¿No recuerdas?, no pudieron estar juntos porque lo dejó.

—Por eso. No quiso, pero me dejó a mí también. Su historia ahora es la mía. Si termino la suya, quizás pueda superar esta.

Nuevamente, no supe qué decir. Aquella película vieja que mi tatarabuelo aguardó no bastaría para este problema. Si Mariana estuviera aquí, tal vez sabría qué hacer. Pero —¡maldito sea!—, de estar aquí, ¡no la necesitaríamos para arreglárnoslo!

Desmond, ¿por qué disparaste a la pastora?

¿Tú qué opinas?