Prólogo: Sentimientos

Amanecía, aunque el bosque seguía oscuro. Las sombras cedían por grados en el dosel, mientras haces de luz esparcían su optimismo moteando el follaje por doquier. En el claro, Kopekchol se bajó del árbol en que se escondió anoche y se arrodilló a la orilla del arroyo. La primera ocasión, quizá la última, en la que se bajó así fuera del Templo. Pensó en el agua sagrada en las fuentes, mas la idea se esfumó en el próximo instante. Muy cansado para concentrarse, el río distorsionaba su reflejo. Se sentía sucio, y casi se quitó la máscara para lavarse la cara, pero no pudo aguantar su aspecto. Fue irónico; aún no había visto su propia cara, pero el discernir cómo lucía le fue tan fácil. Fue la del Vidente, aunque más joven, seguramente más pálida y con los ojos que ese loco hubo abandonado hacía muchos años. La imagen le dio un sobresalto, despertándolo. Soportando la mirada del Profesor Elren en la corriente, al menos ahora, resultó más allá de su alcance, y desvió la suya.

Sus emociones le abrumaban aquella mañana. Por la primera vez en años, tenía más por procesar de lo que aguantaba, y nada con que distraerse. Jamás me sentí cómodo en mi propia piel, como si no fuera mía. Ahora conozco el porqué. Para variar, Jordan dijo la verdad. Portaba hechizos ajenos en su cuerpo desde su día de nacer, así que podría haber pertenecido al don Telsiki. Y ese mismo hombre no solo le entrenó a buscar la perfección; el muchacho se dio cuenta de que fue enseñado a odiar su constitución misma, por sus límites insuperables. Su cuerpo fue un mero método para otro fin, obstruyendo el camino a la victoria.

Ahora comprendió por qué Pal Telsiki siempre le era duro, su mera existencia manchada en sus ojos. Y aun así, su nueva realidad, de algún modo, le extirpó ese poco sentido que su cuerpo solía ofrecerle. Quizás, pensó con miedo, porque me demuestra que de verdad nunca tuvo sentido. Tal vez lo inventé a solas. Todo esto le dio todavía más motivo para odiar a su supuesto padre. Odio. La flama sin luz que abrasa a todos que la abrazan. Enseguida, la sensación le instiló vergüenza y culpa, porque su madre le enseñó a nunca odiar a nadie. Y aún peor, semejante pasión le hacía igual a Pal. Se puso las manos en los hombros, como si la oscuridad que sintió acumulando adentro, ya mismo apagada, le dejase escarcha.

Ya no hay escapatoria para mí. Por favor, sálvame, Dios. Por favor.

Hasta con tanto dolor oprimiéndolo, el joven desdichado tenía más en que pensar, y cuanto más pensaba, más lo torturaba. Bibán llenaba el espacio restante de su mente con confusión, tristeza y más culpa. Estuve mejor cuando te tuve, pero tuve que romperte el corazón, se dijo; Nunca quise hacerlo, jamás. Y ahora, no puedo rogar tu perdón. Cada ola de pensamientos y sentimientos ondeaba por encima de él con mayor intensidad que la anterior. Se fijó en su reflejo a su pesar, intentando ignorarlas sin éxito. Su gesto se enrojeció y las tensiones bloquearon su sentido de tiempo. En algún momento, un clímax conflicto le pasó, como cuando alguien que ahoga traga el agua alrededor, seguido por una sensación de alivio dudoso. La emoción de éxtasis —de salir de uno mismo— suele asociarse con la mejora emocional al acabar, algo que Kopekchol no experimentó. Llegó a estar más decepcionado consigo mismo —en de alguna forma impuro— como si lograse verse por fuera y se estimase todavía menos que nunca. Con eso, se levantó furtivamente, mirando las manos y cintura.

En lugar de una catarsis que empodera, Kopekchol podía, por fin, disfrutar de un poco de claridad. Jordan está más seguro si yo no estoy. Bibán también. No puedo volver a la Academia, pero no hay quedarme en el bosque. Es hora de arreglarme. Comenzaré yendo a casa.

¿Tú qué opinas?