Hoy leí un artículo de Catholic Vote que dio resumen de una encuesta Pew (en inglés). Notó casi al final que dos terceros de los simpatizantes de Trump opinan que los anticonceptivos son buenos para la sociedad, mientras que un noventa y tres por ciento de los partidarios de Biden dicen lo mismo.
Tengo que expresar mi perturbación, que no mi sorpresa; no estoy sorprendido, simplemente decepcionado. La gratificación sexual no existe para sí misma. Existe para fomentar la procreación. Sin aquel propósito, no existiría, y el actuar como aún la habría —ya creamos eso o no— es mal para la sociedad y el individuo. No se la debe apagar de sencillamente cualquier forma, porque eso daría a luz un sinfín de vicios. Es necesario que respetemos el propósito natural cuando actuemos en el impulso, y probablemente todavía más importante que —siendo animales racionales— que practiquemos algo de autocontrol y templanza. No es casualidad alguna que casos de “liberación sexual” pasado hayan dado lugar a la normalización de costumbres cada vez más destructivas en la sociedad.
En su lugar, vivimos en una época donde casi todos intentan dar rienda suelta a esta pasión, si no también las otras. Al mismo tiempo, algunos quieren constreñirla con tecnicismos sofísticos que no bastan ni como barricadas en el declive documentado. Dada prevalencia me sugiere una “plataforma contraceptiva” que yace debajo de la situación: hay que aceptar la anticoncepción como realidad social y hacer “lo mejor” con esa. El problema, pues, es que “lo mejor” tendrá que ser libertinaje al fin, con un avance de vicios. Y los que digan que no será así no concuerdan con la propia lógica de esta tecnología: el propósito de nuestros deseos más naturales no merece nuestro respeto. ¿Por qué rayos tomar en cuenta los demás aspectos de nuestro diseño? Las aberraciones progresarán, no sea que rechacemos la premisa que justifica la decisión de permitir tal falta de consideración para con nuestra sexualidad.
¿Tú qué opinas?