Nada en la biología tiene sentido, salvo a la luz de la teología. Incluso la evolución, sucediese o no. La llamada selección natural no tendría nada que valiese la pena de preservar si las estructuras y rasgos de los seres vivos no sirvieran propósito alguno. Hasta con la especulación de que un rasgo sea “sexy” —en esencia la base del concepto de ‘selección sexual’—, tal atracción ejemplifica la teología, si no en el “propósito” de la estructura o rasgo, al menos en las tendencias que le hacen atractivo.
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