La tiranía, en su forma más pura —la sed de poder por su propia cuenta—, siempre es atea, si no en su credo, entonces en la práctica. Para justificarse, hay que negar que haya algo en cualquier objeto controlado —cualquier sujeto del poder— que nos obligue a respetarlo. De ahí una necesidad de desmitificación, destruyendo todo valor.
¿Tú qué opinas?